martes, 21 de agosto de 2012

"Gime bandoneón tu tango gris..."

Era una de esas noches que ella solía dedicarle. Ya sabéis, a veces las noches se dedican queriendo o sin querer. La cena te sabe a sus besos, el humo del cigarro te huele a él y la película que ponen en la televisión tendrá, irremediablemente, alguna extraña relación con vuestra historia.
Estaba en la ventana sabiendo que ambos miraban la misma luna, aunque era demasiado espacio el que los separaba. Empezó a sonar esa canción en su cabeza acompañada del murmullo del bandoneón que ponía banda sonora a las calles porteñas cuando ellos paseaban agarrados de la mano, ahogando hasta el último segundo y hasta el último centímetro como si ya supieran que, meses después, estarían susurrándola a miles de kilómetros de distancia fingiendo los suspiros que acariciaban su cuello, imitando torpemente el roce de sus manos.
Parece que fue ayer cuando, entre aquellas cuatro paredes de hotel, él recitaba esos versos a su oído justo antes de hacer de su cuerpo poesía. 
Ahora las palabras se perdían entre los kilómetros, como antes ella entre sus lunares, como antes él por su piel...
Pero nunca se perdería su recuerdo, porque los grandes amores no se olvidan; "porque el amor cuando no muere mata, porque amores que matan nunca mueren".