martes, 25 de diciembre de 2012

Prohibido fumar(te)

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Llevaba media hora sentada en aquel bar esperando verte aparecer por la puerta. Siempre llegabas tarde, incluso más que yo; que ya es decir. Una hora antes no había podido resistir la tentación ante un escaparate que sutilmente insinuaba que ese colgante era justo lo que mi cuello necesitaba, además de un par de besos y uno de tus mordiscos. Estaba sola en una mesa para dos y a cada minuto que pasaba me parecía más triste la imagen que debía dar. Empezaba a dudar si pedirme algo fuerte que alcoholizara mis sentidos para que no doliera tanto lo que tuvieras que decirme.

La situación no pintaba bien. Fuera la lluvia creaba ese caos típico de las grandes ciudades cuando se dejan pasar por agua. El tráfico desordenado, la gente corriendo de un lado a otro refugiándose en bares y tiendas, las aglomeraciones en las paradas de bus...
A mí la lluvia nunca me había dado buena suerte. Me gustaba, es cierto. Pero me gustaba en los días de estar sola en casa o de estar en casa sola contigo; no ahí esperando entre familias, grupos de amigos y parejas a que tú vinieras a darme una mala noticia. Cada vez estaba más segura de que sería así.

Lo que peor llevaba de los bares en días lluviosos era ese cartel de "PROHIBIDO FUMAR" que me privaba de permitirme uno de mis vicios allí dentro y que, en días como este, tampoco podía concederme afuera. No por nada, sino porque no me apetecía estropear mi rimmel antes de tiempo.
Las agujas del reloj seguían avanzando y mi impaciencia aumentando. No dejaba de darle vueltas y vueltas a tus palabras, intentando descubrir algún sentido que se me hubiese escapado en las otras mil quinientas veces que las pensé.
Era el hecho de que quisieras verme aquí y no en mi casa lo que me preocupaba más. Las gotas cayendo eran siempre tu excusa favorita para perderte entre mis sábanas.

Sonó el móvil: eras tú. "Perdona, estoy en un atasco." Así, escueto. Ningún detalle que me dejara entrever de qué tipo eran tus intenciones.
Media hora y una copa después se abrió la puerta del bar para que, está vez, al fin fueras tú. Tu mirada me localizó rápidamente y viniste hacia mí con pasos dudosos.
"Un gintonic, por favor"
Ambos sabíamos que los vicios eran una de las principales cosas en las que nuestros gustos coincidían.

- A ver, tengo que decirte una cosa y no sé muy bien cómo empezar pero ya sabes que te lo advertí hace tiempo y, bueno... Todo este tiempo sabía que tarde o temprano acabaría pasando y...

No sabía a qué te referías, había tantas cosas que nos habíamos dicho que no lograba dar con la que tus palabras buscaban no tener que mencionar. Dos tragos de tu gintonic después continuaste:

- La cuestión es que... No puedo seguir con esto. No puedo seguir engañándola. Y ya no solo por  mi conciencia. Es porque... Me he enamorado de ti. No quiero estar con otra persona que no seas tú. No, no digas nada. Ya sé que no quieres nada serio, que dijiste que como pareja no funcionaríamos, que siguiera con ella como si nada porque el fin llegaría de un momento a otro pero es que no dejo de pensar en ti en todo el día y ya no quiero seguir engañándome a mí mismo. Vente conmigo, dejemos esta ciudad. ¿Qué te parece Barcelona? También es una ciudad grande, como a ti te gusta. ¿Eh?

Las manos me temblaban y mi copa estaba vacía. No podías hacerme esto... Sabías que cualquier chica desearía escuchar esas palabras, cualquiera menos yo. Conocías perfectamente mi temor al compromiso. Sabías que mientras ninguno de los dos fuéramos propiedad exclusiva del otro yo te sería fiel.No importaba con quién durmieras cada noche, en mi cama nadie ocuparía tu espacio. Pero esto... Esto lo cambiaba todo.

Te miré fijamente durante varios minutos, sin ser capaz de articular ni una sola palabra. Tus ojos se clavaban en los míos tratando de descifrar qué pasaba por mi cabeza. Sabía que odiarme a mí misma por lo que iba a hacer sería lo que me esperaría por un largo tiempo. Barajé en mi mente decenas de despedidas posibles para finalmente, sin mediar palabra, coger tu gintonic, beber hasta la última gota y salir a perderme bajo la lluvia hasta que alguien me encontrara. Hasta encontrarte en otros besos. Hasta que volvieras a estar prohibido para así poder permitirme quererte.

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