Cuando hace frío suelo
preguntarme cómo estarás, si tendrás a alguien que te arrope ahora que yo no
estoy. Por aquí todo está igual. Mis desastres siguen donde los dejaste, solo que
han ido creciendo y ya casi no caben en esta casa.
Hoy ha sido uno de esos días en
los que vendrías a salvarme con tus antídotos hechos palabras y besos, no sabes
cómo echo de menos tu voz. Quizás lo lógico sería echar de menos tus besos,
pero echo de menos tu voz y no te imaginas hasta qué punto. Siempre sabías qué
decir para sacarme de mis laberintos internos de los que ni siquiera yo tengo
mapa.
En invierno dueles más.
Es como si esta estación quisiera
recordarme que fue ella quien te trajo a mi vida y yo te dejé marchar. Parece que está
enfadada conmigo de por vida.
Creo que esta es la quinta vez
que juro que será la última vez que te escriba, y me parece que volverá a ser
una promesa rota.
Necesito unas pastillas de esas
que toma la gente triste para ser feliz. Sé que si leyeras esto me dirías que
cómo me puedo comparar con ese tipo de personas, yo que siempre estoy riendo.
No las menosprecies, los rotos del alma son casi imposibles de coser y, tarde o
temprano, siempre acaban volviéndose a dejar ver, sobre todo por las noches. Y
sobre mi risa… Yo tampoco entiendo cómo se puede reír tan fuerte para luego sentir
un dolor tan hondo pero parece ser que, al igual que soñar, sentir también lo
hago a lo grande.
Un día de estos mis crisis
existenciales acabarán conmigo, y quizás contigo también.
El sentir que necesito algo, que
espero algo, que va a suceder algo, que me falta algo.
Pero no sé qué, pero no sé qué, pero no sé qué, pero no sé qué.
Repetitivas son las dudas que
inundan mi cabeza hasta sentir que si no explota por si sola yo misma la haré
volar por los aires con tal de sentir un poco de paz tras la destrucción.
¿Me estaré volviendo loca?
‘-¿Por qué me haces esto?
-Para volverte un poco loco.
-¿No ves que ya me tienes loco?’
¿Ves? ¿Ves cómo tu voz siempre
vuelve a mi mente?
Esto debe de ser locura. La locura no tiene explicación y esto
yo no me lo explico, así que debe de ser así.
Mi relación de amor-odio con el invierno me está matando y
aún faltan dos meses para que termine.
Tengo en la mesa un libro de Neruda, justo encima de los apuntes de
lingüística que debería estar memorizando en lugar de escribirte pero es que,
si de estudiar el lenguaje se trata, me ofrezco a estudiar el de tus manos. A
ellas también las echo de menos alguna que otra noche, siempre en invierno.
Hacerte descubrir que te gustaba leer es uno de los logros
de los que siempre me sentiré orgullosa. Puede que algunos no lo entiendan,
pero para mí es como haberte salvado la vida.
Quizás es demasiado típico, pero el poema número veinte me ha
recordado a ti, una vez más. Que fuera yo quién te enseñó ese poema puede que
sea otra de las cosas de las que también estaré orgullosa siempre. Recuerdo que
unas horas después de habértelo enseñado me dijiste que seguías pensando en él
y me contaste qué te había hecho sentir, y eso fue lo más bonito para mí: que te
había hecho sentir, sin acento.
Neruda también dijo que sería la última vez que le escribía,
puede que él también mintiera.
‘Aunque este sea el
último dolor que ella me causa,
y estos sean los
últimos versos que yo le escribo.'
Creo que los poetas tienen un baúl para los dolores y los recuerdos
y lo abren cada vez que tienen miedo de estar dejando de sentir. Porque cuando
tienes dolor al menos tienes algo y aferrarse a un recuerdo parece más seguro que
caer al vacío.
Los poemas más bonitos son aquellos que más dolieron al
escribirse.
Y, hablando de escribir, creo que va siendo hora de
dejar de escribirte por hoy. Sí, por hoy. Porque, como dije antes, tengo claro
que jurar dejar de escribirte es una promesa que siempre romperé.
Parece que mi crisis ya va de paso. Una vez más has vuelto a
salvarme. Esta vez no has tenido que decirme nada, ha bastado con que existas.