sábado, 11 de enero de 2014

El amor besa mejor en diciembre

Nunca dejará de sorprenderme cómo mi vida se rige por casualidades. 
En la noche de los accidentes fatales decidimos que el tequila quizá nos haría olvidar todo lo sucedido y, tras haber dejado mi huella de carmín rojo en tres vasos diferentes, como por obra de algún hada madrina que no quería que me arrastrase sola hasta casa, apareciste frente a la puerta del bar dispuesto a recordarme la persona que un día fui y a quien, a diferencia de mí, recordabas con absoluta claridad. No te miento si te digo que hacía demasiados cientos de días que no me sentía como en el momento en el que tu nariz acarició la mía. No puedo decirte que me temblaran las rodillas, ni que sintiera mariposas en el estómago, ni ninguna de esas cosas que cuando no estás enamorado te parecen auténticas chorradas, pero lo que sí que puedo decirte es que tener los pies en la tierra nunca fue tan agradable como esa madrugada en la que tus manos envolvieron mi cintura prometiéndole a mis tacones que no me dejarías caer, que el viento se alegró al volver a escuchar unas risas tan sinceras como las nuestras al recordar viejos tiempos y que el solitario asfalto de las cinco de la mañana nunca tuvo mejor compañía que nuestros pasos.

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