sábado, 29 de diciembre de 2012

'Lights will guide you home'

 


Solemos arrojar los recuerdos al mar 
con la profunda esperanza de que 
se pierdan entre las corrientes o se
desintegren al chocar contra las rocas.
Lo que no esperamos es que
noche tras noche, 
la luz de un faro se encargue 
de guiarlos de vuelta a casa.



martes, 25 de diciembre de 2012

Prohibido fumar(te)

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Llevaba media hora sentada en aquel bar esperando verte aparecer por la puerta. Siempre llegabas tarde, incluso más que yo; que ya es decir. Una hora antes no había podido resistir la tentación ante un escaparate que sutilmente insinuaba que ese colgante era justo lo que mi cuello necesitaba, además de un par de besos y uno de tus mordiscos. Estaba sola en una mesa para dos y a cada minuto que pasaba me parecía más triste la imagen que debía dar. Empezaba a dudar si pedirme algo fuerte que alcoholizara mis sentidos para que no doliera tanto lo que tuvieras que decirme.

La situación no pintaba bien. Fuera la lluvia creaba ese caos típico de las grandes ciudades cuando se dejan pasar por agua. El tráfico desordenado, la gente corriendo de un lado a otro refugiándose en bares y tiendas, las aglomeraciones en las paradas de bus...
A mí la lluvia nunca me había dado buena suerte. Me gustaba, es cierto. Pero me gustaba en los días de estar sola en casa o de estar en casa sola contigo; no ahí esperando entre familias, grupos de amigos y parejas a que tú vinieras a darme una mala noticia. Cada vez estaba más segura de que sería así.

Lo que peor llevaba de los bares en días lluviosos era ese cartel de "PROHIBIDO FUMAR" que me privaba de permitirme uno de mis vicios allí dentro y que, en días como este, tampoco podía concederme afuera. No por nada, sino porque no me apetecía estropear mi rimmel antes de tiempo.
Las agujas del reloj seguían avanzando y mi impaciencia aumentando. No dejaba de darle vueltas y vueltas a tus palabras, intentando descubrir algún sentido que se me hubiese escapado en las otras mil quinientas veces que las pensé.
Era el hecho de que quisieras verme aquí y no en mi casa lo que me preocupaba más. Las gotas cayendo eran siempre tu excusa favorita para perderte entre mis sábanas.

Sonó el móvil: eras tú. "Perdona, estoy en un atasco." Así, escueto. Ningún detalle que me dejara entrever de qué tipo eran tus intenciones.
Media hora y una copa después se abrió la puerta del bar para que, está vez, al fin fueras tú. Tu mirada me localizó rápidamente y viniste hacia mí con pasos dudosos.
"Un gintonic, por favor"
Ambos sabíamos que los vicios eran una de las principales cosas en las que nuestros gustos coincidían.

- A ver, tengo que decirte una cosa y no sé muy bien cómo empezar pero ya sabes que te lo advertí hace tiempo y, bueno... Todo este tiempo sabía que tarde o temprano acabaría pasando y...

No sabía a qué te referías, había tantas cosas que nos habíamos dicho que no lograba dar con la que tus palabras buscaban no tener que mencionar. Dos tragos de tu gintonic después continuaste:

- La cuestión es que... No puedo seguir con esto. No puedo seguir engañándola. Y ya no solo por  mi conciencia. Es porque... Me he enamorado de ti. No quiero estar con otra persona que no seas tú. No, no digas nada. Ya sé que no quieres nada serio, que dijiste que como pareja no funcionaríamos, que siguiera con ella como si nada porque el fin llegaría de un momento a otro pero es que no dejo de pensar en ti en todo el día y ya no quiero seguir engañándome a mí mismo. Vente conmigo, dejemos esta ciudad. ¿Qué te parece Barcelona? También es una ciudad grande, como a ti te gusta. ¿Eh?

Las manos me temblaban y mi copa estaba vacía. No podías hacerme esto... Sabías que cualquier chica desearía escuchar esas palabras, cualquiera menos yo. Conocías perfectamente mi temor al compromiso. Sabías que mientras ninguno de los dos fuéramos propiedad exclusiva del otro yo te sería fiel.No importaba con quién durmieras cada noche, en mi cama nadie ocuparía tu espacio. Pero esto... Esto lo cambiaba todo.

Te miré fijamente durante varios minutos, sin ser capaz de articular ni una sola palabra. Tus ojos se clavaban en los míos tratando de descifrar qué pasaba por mi cabeza. Sabía que odiarme a mí misma por lo que iba a hacer sería lo que me esperaría por un largo tiempo. Barajé en mi mente decenas de despedidas posibles para finalmente, sin mediar palabra, coger tu gintonic, beber hasta la última gota y salir a perderme bajo la lluvia hasta que alguien me encontrara. Hasta encontrarte en otros besos. Hasta que volvieras a estar prohibido para así poder permitirme quererte.

domingo, 23 de diciembre de 2012

DN

Es domingo y se me clavan las ganas en el alma.

Este siempre ha sido mi día odiado por excelencia. No hay nada que hacer para la gente como yo.

Todo está cerrado, nadie quiere salir y los pocos que no vegetan en la cama a causa de su resaca están de comida familiar por algún restaurante de la ciudad.

Yo, en cambio, solo comparto con ellos la resaca. Solo que a mí no me parece infernal sino que me calma. Está bien saber que esta vez el dolor de cabeza es causado por algún nombre ruso pegado a una botella de cristal que guarda ese líquido transparente que desinfecta hasta el alma.

No me gusta estar en casa, pero hoy aquellos que salen van de la mano de alguien a comprar un regalo que entregar mañana al mejor postor de su cariño.

Tampoco me gusta la navidad. Imaginad mi situación entonces: un domingo navideño. Muy tierno para el consumista e incluso más para el iluso. Lástima que no entre en ninguna de las dos categorías.


Este fin de semana he dejado mis ganas marcadas en varias copas y ahora ninguna me devuelve la llamada. 

Malditos rusos... 

Son como todos, después de un rato de placer solo dan dolores de cabeza. El plan maestro sería beber hasta el último trago y después tirar la botella. Pero para una kamikaze como yo eso es demasiado sensato, así que la guardo con cariño y la expongo en una estantería para, de vez en cuando, quitarle el polvo que el tiempo le echa y añorar con masoquismo las jaquecas que marcaron su fugaz paso por mi vida.

Ya solo faltan tres horas para que acabe el domingo. Horas que ahogaré en una gran taza de café y entre las hojas que Nabokov escribió. A ver cuánto me dura este ruso.