Mis criaturas mágicas, mi manada.
Escribo para mis lobas, las que me enseñasteis caminar siempre hacia adelante, esas que sacáis los dientes cada vez que hay amenaza de zarpazo a cualquiera de nosotras, las de las sonrisas a prueba de balas.
Para mi loba favorita, la que aún me acurruca cuando tengo
miedo en la oscuridad de la noche. La que es mi sol y mi luna y me ilumina allá a donde
voy.
Para mi estrella polar, que siempre me cuidará ahí arriba tanto
como lo hizo mientras pudo lamer mis heridas en la tierra de los mortales.
Para mi loba dulce, a la que no quiero ver llorar.
Para mi loba dulce, a la que no quiero ver llorar.
Para mis lobeznas, que guardan océanos en esos ojos que me
sacan a flote cuando no encuentro tierra firme.
Y también para mis lobos.
Para mi lobo triste, que a pesar de las cicatrices que nos hicimos el uno al otro nunca me deja sola.
Para mi lobo gruñón, que tantos mordiscos dio por mí cuando
yo no le veía.
Para mi lobo de acero, el que a pesar de todas sus peleas con la
vida sigue manteniéndose en pie y, con él, al resto de la manada.
Para todos vosotros, los nombrados y los que no.
Para todos vosotros, los nombrados y los que no.
Porque hacéis que todo tenga
sentido.
Porque sois ese amor incondicional que tanto se busca, y que yo encuentro en cada uno de vosotros.
Y porque no hay mejor regalo en la vida que teneros conmigo.
Porque sois ese amor incondicional que tanto se busca, y que yo encuentro en cada uno de vosotros.
Y porque no hay mejor regalo en la vida que teneros conmigo.