domingo, 18 de noviembre de 2012

Nocturama.

No creo que sea insomnio, yo lo llamo nocturnidad; de hecho, por el día puedo dormir más de ocho horas seguidas sin abrir los ojos ni una vez.
Recuerdo cuando en esas noches me sentaba frente al teclado a escribirte algún texto lleno de cursilerías perdidas entre líneas, no sé si fueron buenos tiempos. 
La cuestión es que ahora ya no hay nada dulce, lo aborrecí, en toda su plenitud. Ni canciones de amor, películas románticas, ni pasteles, ni "preciosa", ni "princesa"... Nada.
Ahora me dedico a escuchar voces rasgadas acompañadas de acordes eléctricos mientras una botella de vodka es la que me espera en mi habitación. 
Ya ves, me abandoné a las drogas y el rock and roll. No, no quiero hacerme la dura; tampoco sé si estos son buenos tiempos... Pero es que ya no puedo seguir como antes. Enciendo la televisión y solo veo desgracias. Muertos. Familias que se quedan en la calle. Y ya no son noticias traídas de algún país de otro continente, no; son de este mismo país en el que vivo, en el que nací y en el que llevo toda mi vida.
Así ya no puedo seguir escribiendo finales felices, no me sale. La vida no tiene finales felices, ¿no lo ves? Nunca acaba bien. Tiene momentos felices, etapas, épocas... Pero no finales. Cuando algo acaba para siempre, algo a lo que nos aferrábamos, algo como la vida... Nos deja un vacío que ya no se va a llenar. Da igual cuantas botellas de alcohol colecciones junto a tu cama y cuantas colillas se amontonen en el cenicero. El vacío duele, y más de noche. Así que échale la culpa a mi nocturnidad de que ya no me queden palabras dentro para escribirte. 

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